Manuel Cofino
Manuel Cofiño López nació en La Habana el 16 de febrero de 1936. Llegó a ser uno de los escritores cubanos más leídos y traducido a otros idiomas. Muchos de sus cuentos tienen el nombre de una mujer como título. Tales son los casos de los identificados como Alejandra, Armanda, Iris, Mirna, Canción de Liticia y la Señora Magali.
Los más significativos personajes de este creador son femeninos. Sobre esto él dijo que su universo narrativo eran los tiempos de cambió en Cuba y añadió que la mujer había experimentado con la Revolución una liberación más profunda que el hombre ya que había dejado de tener dependencia económica y se había incorporado al trabajo, al estudio y podía vivir con más libertad.
Una obra muy significativa de Cofiño es la novela titulada La última mujer y el próximo combate con la que ganó el premio Casa de las Américas, en 1971. Esta novela sería traducida posteriormente a más de 25 idiomas. Manuel Cofiño reconoció tuvo como influencias literarias a Ernest Hemingway, Willian Faulkner, John Dos Passos, Erskine Caldwel, Willian Saroyan y John Steinsbeck, a quienes se les suele conocer como la Generación Perdida.
En lo que respecta a sus concepciones relacionadas con la labor del escritor Manuel Cofiño confesó en una de las entrevistas que le realizaron que no le interesaba el arte por el arte, ni la literatura que niega la realidad, sino la que la enfrenta y la muestra. Aseveró que la literatura debe estar al servicio del hombre, de sus aspiraciones, de sus sueños y luchas.
En sus libros él reflejó las cuestiones vitales que afectan al ser humano. Por ejemplo en Las viejitas de las sombrillas contó la historia de siete simpáticas ancianas, caracterizadas por igual número de quitasoles de distintos colores y por ocupaciones, quehaceres y oficios también diversos.
Más allá de la narración de una anécdota el propósito del autor fue la descripción de las acciones de cada uno de los personajes y por ende se hizo referencia a los recuerdos, sueños, las flores, los remedios, los bordados, los niños y los pájaros, elementos que sirvieron para identificar a cada una de las siete hermanas.
Manuel Cofiño igualmente fue dirigente de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba. Fue vicepresidente de la Sección de Literatura de esa organización. Por su meritoria labor se le otorgaron varias condecoraciones por el estado cubano y otros países, entre ellas la Distinción por la Cultura Nacional y el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad Simón Bolívar de Colombia.
Falleció en la capital cubana el 8 de abril de 1987 cuando sólo contaba 51 años y gozaba de un reconocido prestigio tanto a nivel nacional como internacional.
La poesía no constituyó su `fuerte`, aunque paradójicamente iba a estar de manera significativa en toda la producción narrativa que siguió a los versos de Borrasca (1962) y a los de Meditaciones y argumentos del transeúnte, su segundo y último poemario, con el que obtuvo mención en el Concurso David 1969, entre más de un centenar de cuadernos presentados, y que nunca se interesó por publicar.
No fueron pocas las razones que motivaron el rápido ascenso de Cofiño en la vida literaria del país, entre ellas, una pronta comunicación con los lectores (pero sin hacer concesiones estéticas), los temas abordados y el tratamiento de la mujer en su trabajo de creación. Como señalara Senel Paz en 1980, no se puede subestimar al lector, pero tampoco hay que hacer que se rompa la cabeza, y esto siempre lo tuvo presente el autor en sus cuentos y novelas.
Según han dicho sus más allegados, Manuel Cofiño escribía con lentitud (`escribir se me hace difícil, angustioso por momentos, pero también muy placentero`). Cuando podía dedicar una jornada completa a la literatura, tomaba unos sorbos de café y de inmediato comenzaba a escribir alrededor de las ocho de la mañana. No se detenía ni para almorzar, por lo cual terminaba la faena completamente agotado. Hacía simultáneamente cuentos y poemas, y trabajaba mucho los textos. De la primera versión a la que consideraba definitiva, mediaban numerosas cuartillas. `El cuento es más difícil, pero cuando uno lo termina no siente la misma satisfacción que cuando terminas una novela. La novela es una aventura mayor dentro de la creación literaria`.
De los libros suyos que más apreciaba, solía destacar varios instantes de La última mujer y el próximo combate (con énfasis en la parte que narra la violación de Nati), pero también gustaba comentar su noveleta Las viejitas de las sombrillas, algunos fragmentos de Cuando la sangre se parece al fuego (en particular, las viñetas de los dioses negros) y otros tantos cuentos de Tiempo de cambio y Un pedazo de mar y una ventana, entre ellos, Canción de Leticia, Concierto, Mirna, Para leer mañana y el que da título a esta última selección de su narrativa.
Tres rasgos caracterizaron sus inicios como estudiante: inseguro en las clases, muy parco en las matemáticas y, sobre todo, gran lector. Siendo muy joven y a causa de la separación de sus padres (un asturiano y una cubana) se va a vivir con una tía y sus abuelos maternos, a la vez que cursa la enseñanza primaria. Concluido el bachillerato (1955), estudia Filosofía en la Universidad de La Habana, contrariando así los deseos de su padre, quien le había sugerido Medicina o Derecho. Al cierre de la Universidad, trabaja en una fábrica de cigarrillos, con lo cual continúa, en alguna medida, la tradición de su abuelo materno, famoso anillador asturiano que adornaba los tabacos que adquiría en Cuba el célebre político inglés Winston Churchill.
En 1957 contrae matrimonio y publica su primer cuento (Fiebre de revancha) en la revista de la Asociación de Comerciantes e Industriales, de la que es presidente su padre. En 1962 comienza a trabajar en el Ministerio de Industrias (allí conoce al comandante Ernesto Che Guevara), y ese mismo año publica su primer libro, el ya citado poemario Borrasca, cuya tónica general es el mar. Obra poética de escasos valores y que representó para el autor `la cancelación de mi prehistoria como escritor y el comienzo de una nueva etapa`.
Tras ejercer como profesor de Economía Política, Ciencias Sociales y Literatura Cubana en la Escuela de Cuadros de Superación Técnica y Profesional, además de dirigir el departamento de divulgación del Ministerio de Justicia y Reforma Urbana, y luego el Centro de Información y Documentación de ese ministerio, inicia un período que sería determinante en su trayectoria como escritor: trabaja en un plan forestal en la provincia de Pinar del Río y concibe alrededor de 1969 el proyecto de un libro de cuentos (Un pino entre pinos), que concluiría dos años más tarde bajo el título de La última mujer y el próximo combate, y con el cual alcanza en 1971 el Premio Casa de las Américas, después de participar con la misma obra, pero sin éxito, en el concurso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Al siguiente año obtiene otro importante lauro: el premio de cuento en el Concurso La Edad de Oro con su primera y única pieza literaria para niños: Las viejitas de las sombrillas, y publica en la revista Casa de las Américas un fragmento de su segunda novela: De dioses y miserias, que tituló después De espaldas al cementerio, ya que por circunstancias habitacionales había residido durante siete años en Regla, muy cerca del cementerio, impregnándose de la atmósfera de aquel lugar. Como me dijera la también escritora Cira Romero, penúltima esposa del autor, éste no buscaba los temas para sus novelas y cuentos, sino que se le imponían, nunca escribió de lo que no conoció.
De espaldas al cementerio, titulada posteriormente Cuando la sangre se parece al fuego, sería (junto a La última mujer y el próximo combate) una de las obras más difundidas de Cofiño. Incluso fue adaptada por Georgina Herrera para La Novela Cubana de Radio Progreso, siendo premiada en el Festival Nacional de la Radio y en el Concurso Caracol de la UNEAC en 1982.
A su muerte, el 8 de abril de 1987, víctima de un infarto cardíaco, presidía la sección de Literatura de la UNEAC y trabajaba en colaboración con Luz Elena Zabala en una nueva novela: Pastora de sueños, enorme y ambicioso proyecto a la manera de un fresco o mural. Hasta ese momento habían escrito unas trescientas cuartillas, en una curiosa interrelación donde la labor de equipo sólo dividía inicialmente el trabajo de cada personaje.
Pastora de sueños rinde homenaje a una enloquecida maestra colombiana de enseñanza primaria, que en la plazuela de San Ignacio, en la ciudad de Medellín, toda pintarrajeada, conversaba con un espejito y llamaba Daniel a su propia imagen increpante. Una simbiosis de temas y lenguajes en busca de lo latinoamericano, sin ceñimientos a escuelas o tendencias a la etnografía o al folclor, en una polifonía de personajes y argumentos que van desde el indio hasta la mafia, desde la guerrilla hasta el narcotráfico, desde la estructura policíaca hasta la testimonial.
Cofiño, como señalara Eduardo Heras León, murió en plena madurez de creación, cuando, consciente de sus virtudes y defectos como escritor, `se disponía a dejarnos lo mejor de su obra, que es como decir, de su propia vida`. Supo asumir su tiempo con plena conciencia, lucidez creativa y participación activa en la obra común que él reflejó en la mayoría de su labor literaria, y así lo puntualizó Lisandro Otero en sus palabras de despedida de duelo: `Un escritor que se disolvió en su pueblo y por ello vivirá eternamente en la raíz y en la memoria`. (Victoria 25/03/07)