PATRICIA MACDONALD
Nacido a comienzos de 1883 en la meseta limosa de Picardía, hijo de un militar, a los dieciocho años Pierre Mac Orlan se instala en París y vive una etapa de bohemia (su propósito inicial es ser pintor) en compañía de Pablo Ruiz Picasso, André Salmón, Guillaume Apollinaire, Max Jacob y los jóvenes artistas y escritores que maduran las primicias del cubismo y del imaginismo poético.
Por esos días, ataviado con su grueso y pintoresco ropaje de sportman `a la inglesa` (Mac Orlan era un aventajado jugador de rugby) frecuenta el café `Le Teléphone` en compañía de Picasso y otros pintores, y se lo ve merodear por el Boul` Saint Michel, la redacción de La Plume, los talleres de Montmartre, las mesas de los pequeños bistrós, en las que se acoda para devorar las aventuras de Robert Louis Stevenson (uno de sus posibles modelos) y las sorprendentes `biografías` que fábula Marcel Schwob en un fascinante y asombroso juego de imaginación y restauración arqueológica.
Cansado de París (o de sus posibles fracasos como pintor), el futuro autor de El muelle de las brumas inicia un largo viaje a través de Europa y el norte de África, acumulando muchas de las vivencias y de las experiencias de vida que reflotarán más tarde en sus textos narrativos más directamente `testimoniales`, en una línea que lo vincula, en cierto sentido, con autores como Blaise Cendrars, Francis Careo, Panait Istrati, etc.
Agotado el peregrinaje -y ya definida la vocación de escritor-, hacia 1910 Mac Orlan comienza a ganarse la vida como autor de relatos cómicos, que aparecen, merced a la insistencia de su amigo Gus Bofa, en publicaciones populares como Le Journal.
Queda atrás el ciclo de los `mil oficios`, que a la manera americana cultivada por Jack London (o por sus personajes) lo mostrará como peón carretero, tipógrafo, cavador, marinero, albañil, reportero, mozo de café, etc.
La nueva, actividad sólo se verá interrumpida en 1914 por la Primera Guerra Mundial, en la que participa desde las filas del 269 de línea y en la que es herido, como Guillaume Apollinaire, Blaise Cendrars y Louis-Ferdinand Céline.
Al igual que Schwob y Apollinaire -muchas simetrías son llamativas durante esta etapa- Mac Orlan ama el misterio, los cuentos de hadas, las leyendas y los tiempos pasados, y esta común complacencia se advierte, sobre todo, en los cuentos del autor de A bordo de la `Estrella Matutina`, equiparables con algunos de los mejores momentos de El Heresiarca y Cía. y El Rey de la máscara de Oro.
Pero Mac Orlan se inscribe, más que en la vertiente de la reconstrucción arqueológica o el puro ejercicio estilístico, a la manera de Schwob o Pierre Louys, en la vertiente de la `modernidad` cosmopolita, husmeadora del exotismo, la acción, la aventura y la experiencia de vida, tan de moda en la Europa de los años 20, según lo prueban las biografías y las obras contemporáneas de T. E. Lawrence, Malraux, Kessel, Cendrars, Morand, Nizan, Saint-Exupéry, Benoit, los Chadourne, Emile Zavie, Albert Serstevens, Pío Baroja, etc.
La suya es una obra extensa y no siempre pareja, en la que la imaginación, como señala Henri Clouard, suele tender trampas y concluir decepcionando (Mac Orlan es autor de buenos `arranques`, pero no siempre de sólidos desarrollos narrativos). Pequeño manual del perfecto aventurero. Los del café Brevis, La señorita Elsa (Premio Renacimiento, 1922), La Venus internacional (1923), Campo Dominó, La calle de las carretas, La noche de Zeebrugge, Bajo la luz fría, La malicia, Máscaras a medida, Barrio reservado, El negro Leonardo y maese Juan Mullin, Bob, el soldado, Los pescados, Ciudades, Margarita de la noche, Simone de Montmartre, etc., son algunos de los títulos más corrientemente citados, aunque el más famoso y recordado sigue siendo, por cierto, El muelle de las brumas (1927), objeto de una memorable versión cinematográfica de Marcel Carné (1938) interpretada por Michéle Morgan, Jean Gabin, Michel Simón, Pierre Brasseur y Robert Le Vigan.