Esto es lo que sabemos de RAYMOND CARVER.
Libros de RAYMOND CARVER
Estos son los libros que hay en nuestra base de datos para RAYMOND CARVER
Los deslumbrados lectores de "Catedral", primer libro publicado en España de Carver, reencontrarán en "De qué hablamos cuando hablamos de amor" la atmósfera y los personajes de un autor que dominó indiscutiblemente el panorama literario norteamericano de los años 80. Parejas que se despedazan, compañeros que parten desesperadamente a la aventura...
Años después de la muerte del autor, su viuda ha encontrado y editado cinco relatos inéditos. Relatos espléndidos, precisos, estremecedores, ambientados en el noroeste norteamericano, con hombres que han dejado de beber, parejas que ya no se aman, un escritor que ha abandonado a su mujer... Historias sobre este momento bello y terrible en que de...
En ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? su primer libro de relatos, que escribió y reescribió a lo lardo de quince años y que le supuso la consagración inmediata, Raymond Carver renovó la forma del relato breve hasta darle proporciones de Hairy y si que esta utilización radical de la elipsis le haga perder ninguna fuerza. Todo lo ...
Seis magníficos relatos, de uno de los autores más caliosos y significativos de las últimas décadas, que ahondan y, si cabe, perfeccionan su personal universo literario, con un broche de oro final: el relato que da título al volumen, reconstrucción imaginaria de los últimos días de Chéjov, que alcanza cotas de auténtica genialidad.
#1 ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? Raymond Carver no es un autor de «realismo sucio», como se empecina la crítica en etiquetarlo. Raymond Carver no es un autor que se pueda etiquetar, tal como sucede con el mejor Flaubert o Tolstoi. En este libro encontramos ejemplos de maestría narrativa a lo Chéjov, confiriendo importancia al detalle hasta el extremo de que si un clavo aparece en el primer párrafo, el protagonista debe ahorcarse de ese clavo, aunque los clavos de Carver suelen ser la incomunicación, lo tangencial, lo somero, la fugacidad. Pero también acercamientos a la receta borgiana o quiroguiana: «Lleva al personaje de la mano como si no supieras lo que va a ocurrirle, sin ver otra cosa distinta a lo que él ve». Aunque se aprecian también, en las dos vertientes que no son del todo antagónicas, las tres consignas de Cortázar para el relato corto (significación, intensidad y tensión) más los consejos de Poe sobre la unidad de impresión del relato. ¿Qué hace único a Raymond Carver con todo este acervo literario bajo sus pies? La pasmosa facilidad que tiene para graduar la distancia entre él y sus personajes, apenas se mete en su interior y siempre nos enteramos más siguiendo la acción literaria que la psicología desvelada. Y cuando se mete dentro… es para echar a correr. Puede cambiar del narrador protagonista al narrador testigo como si se pasara del rubio al negro (no soy fumador, así que no sé cuán difícil es), un narrador interno graduado con aparente objetividad nos cuenta todo de sí mismo hablando pestes de terceros, una narradora externa a la historia nos convence de lo que a ella le interesa… para después suicidarse. La sensibilidad que va desplegando en gradaciones, según corresponda a cada personaje elegido, no se detiene en la construcción de personajes esféricos o dimensionados, va tan allá como en El padre, donde se nos narra la historia de la socialización (y se aísla la figura del creador al margen de la sociedad intolerante que no consiente un ápice de libre albedrío, en este caso matriarcal) en solo una página y media, o en Recolectores, donde se explican los rudimentos de la escritura, de la observación, de la utilización del detalle y el objeto pergeñando una gloriosa poética a través de un (aparente) vendedor de aspiradoras y un (aparente) comprador desinteresado; no digamos ya en Gordo, relato que abre el libro, donde se engendra ese proceso empático tan difícil de narrar de forma verosímil en literatura en el que el agresor (o depredador) acaba identificándose con la víctima: hasta el gran Tobías Wolff bebe de estos artificios que tan poco se notan o tan bien diseñados están. Tres rosas amarillas, Catedral o De qué hablamos cuando hablamos de amor son otras tantas obras sublimes que han abierto el camino a la literatura del siglo XXI.
#2 ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? Raymond Carver no es un autor de «realismo sucio», como se empecina la crítica en etiquetarlo. Raymond Carver no es un autor que se pueda etiquetar, tal como sucede con el mejor Flaubert o Tolstoi. En este libro encontramos ejemplos de maestría narrativa a lo Chéjov, confiriendo importancia al detalle hasta el extremo de que si un clavo aparece en el primer párrafo, el protagonista debe ahorcarse de ese clavo, aunque los clavos de Carver suelen ser la incomunicación, lo tangencial, lo somero, la fugacidad. Pero también acercamientos a la receta borgiana o quiroguiana: «Lleva al personaje de la mano como si no supieras lo que va a ocurrirle, sin ver otra cosa distinta a lo que él ve». Aunque se aprecian también, en las dos vertientes que no son del todo antagónicas, las tres consignas de Cortázar para el relato corto (significación, intensidad y tensión) más los consejos de Poe sobre la unidad de impresión del relato. ¿Qué hace único a Raymond Carver con todo este acervo literario bajo sus pies? La pasmosa facilidad que tiene para graduar la distancia entre él y sus personajes, apenas se mete en su interior y siempre nos enteramos más siguiendo la acción literaria que la psicología desvelada. Y cuando se mete dentro… es para echar a correr. Puede cambiar del narrador protagonista al narrador testigo como si se pasara del rubio al negro (no soy fumador, así que no sé cuán difícil es), un narrador interno graduado con aparente objetividad nos cuenta todo de sí mismo hablando pestes de terceros, una narradora externa a la historia nos convence de lo que a ella le interesa… para después suicidarse. La sensibilidad que va desplegando en gradaciones, según corresponda a cada personaje elegido, no se detiene en la construcción de personajes esféricos o dimensionados, va tan allá como en El padre, donde se nos narra la historia de la socialización (y se aísla la figura del creador al margen de la sociedad intolerante que no consiente un ápice de libre albedrío, en este caso matriarcal) en solo una página y media, o en Recolectores, donde se explican los rudimentos de la escritura, de la observación, de la utilización del detalle y el objeto pergeñando una gloriosa poética a través de un (aparente) vendedor de aspiradoras y un (aparente) comprador desinteresado; no digamos ya en Gordo, relato que abre el libro, donde se engendra ese proceso empático tan difícil de narrar de forma verosímil en literatura en el que el agresor (o depredador) acaba identificándose con la víctima: hasta el gran Tobías Wolff bebe de estos artificios que tan poco se notan o tan bien diseñados están. Tres rosas amarillas, Catedral o De qué hablamos cuando hablamos de amor son otras tantas obras sublimes que han abierto el camino a la literatura del siglo XXI.
#1 Un autor brillante, conciso, con la intensidad clavada al subtexto de cada historia, y con brillantez en alguna de las mismas, sino en todas.)
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